¿Cómo son las maternidades en los espacios de reclusión? ¿Cómo la violencia de género afecta a las mujeres en casos específicos? Estas eran las preguntas que me hacía mientras intentaba crear una obra que hablara sobre la experiencia de maternar en los sistemas penitenciarios. Quería crear una obra de teatro sobre mujeres desde una perspectiva feminista, pero no sabía que, al intentarlo, me enfrentaría a un proceso transformador, no solo como artista, sino como persona.
Cuando pensé en hacer la obra, tenía una idea romantizada sobre la maternidad. La primera propuesta de Piensa en rosa era contar la historia de una mujer que estaba en prisión porque había sido juzgada injustamente y que tenía una hija dentro de la cárcel. La historia giraba en torno a cómo ella y su hija se despedían, pues la niña había cumplido el límite de edad permitido para permanecer con su madre y debía ser entregada a un familiar en libertad. Se trataba de cómo Julia, la madre, jugaba con su hija en sus últimos días juntas. Todo desde una perspectiva amorosa, con un estilo tipo La vida es bella.
Aunque mi intención era escribir una historia de ficción, era consciente de que estaba muy alejada de la realidad de las mujeres privadas de su libertad. Por eso, empecé una investigación para acercarme más al tema. El primer referente que encontré fueron varios videos de mujeres que vivían en prisión y contaban diferentes experiencias. Esas voces me hicieron dar cuenta de que la complejidad de la realidad me exigía no quedarme con los primeros referentes o ideas que tenía en mente. Fue un documental sobre mujeres que eran madres en una cárcel de Colombia lo que realmente me abrió los ojos.
Ese documental me enfrentó con una verdad incómoda: la maternidad en la cárcel no tiene nada de romántico. Es un espacio atravesado por la precariedad, la violencia estructural y la constante vulneración de derechos. Las mujeres no solo están privadas de su libertad, también están expuestas a condiciones inhumanas mientras intentan sostener vínculos con sus hijos e hijas. Muchas veces, además de cumplir una condena, deben enfrentar la culpa y el dolor de no poder maternar como quisieran.
A partir de ese momento, entendí que no podía contar una historia desde la fantasía o el consuelo emocional. Tenía que permitir que las voces reales, las vivencias concretas de esas mujeres, atravesaran la ficción. Mi intención cambió: ya no quería hacer una obra sobre una madre injustamente encarcelada que se despedía de su hija entre juegos y risas. Quería hablar de la maternidad como un espacio de resistencia, de contradicción, de dolor, pero también de fuerza.
Empecé a leer más, a buscar testimonios, a entrevistar a personas que habían trabajado con mujeres en contextos de encierro. Me encontré con historias que hablaban de abandono, de criminalización de la pobreza, de racismo, de estigmas que pesan más cuando se es mujer, madre y se vive en espacios periféricos. Entendí que muchas veces las mujeres terminan en prisión no por lo que hicieron, sino por lo que representan para un sistema patriarcal y punitivista que las castiga doblemente.
Así fue que empecé a buscar referentes en mi propio contexto, aunque no sabía por dónde empezar. Pensaba que lo mejor era hacer entrevistas y acercarme, de alguna manera, a estas mujeres. Pero estábamos en plena pandemia, y si de por sí los permisos para ingresar a estos centros son difíciles de obtener, en ese momento era aún más complicado.
Fue entonces cuando me encontré con Paula Sánchez Luna, quien en ese momento estaba realizando su tesis de maestría. Para su investigación, había hecho varias entrevistas a mujeres privadas de su libertad. El intercambio de ideas que tuve con Paula fue un punto de inflexión: me hizo darme cuenta de que el tema al que me enfrentaba era mucho más complejo de lo que imaginaba. Las historias de estas mujeres estaban profundamente atravesadas por la violencia de género, por abusos, injusticias, y por tramas personales cargadas de dolor, rabia y contradicción.
Me encontré con testimonios de mujeres que se asumían inocentes, otras que reconocían su delito sin remordimiento, y algunas que expresaban un profundo arrepentimiento. No se trataba de hacer juicios morales, sino de comprender los contextos. Lo que se repetía eran las marcas de la exclusión, la marginalidad y las desigualdades que condicionan las trayectorias de vida. Otras sí hablaban desde la culpa, desde el deseo de reparar. Comprendí que no hay una sola forma de vivir ni de relatar el encierro, y que las estructuras sociales están profundamente implicadas en los destinos de estas mujeres. Variables como la pobreza, la exclusión y la marginación son fundamentales al momento de procesar sus historias.
Por otro lado, descubrí también los espacios de formación y las actividades que algunas de ellas pueden realizar en prisión: talleres, capacitaciones, espacios de expresión artística o de reflexión. Conocí proyectos que buscan brindar herramientas para una posible reinserción social, aunque muchas veces estos esfuerzos se ven limitados por las propias condiciones del sistema penitenciario.
Me encontraba, entonces, ante una decisión importante: por un lado, estaba mi idea inicial para la obra —una historia cargada de ternura, construida desde la ficción y una visión romantizada de la maternidad—; por otro, la realidad me había enfrentado con una serie de testimonios y datos que desbordaban por completo mi imaginario. Entendí que tenía una responsabilidad social: que al hacer una obra de teatro no podía “suavizar” ni “exagerar” nada, porque la realidad ya es lo suficientemente compleja como para abarcar ambos extremos.
Fue así como escribí un monólogo. Una historia ficticia, sí, pero basada en muchos testimonios. En la madre amorosa, en la que no quería tener un hijo, en la que terminó en prisión por un caso de violencia de género, en la que fue engañada. Una voz que es todas y no es ninguna. Una mujer que habla desde el encierro, desde la memoria, desde las grietas de un sistema que juzga sin escuchar.
La obra Piensa en Rosa comienza con una mujer que habla con naturalidad sobre su vida: sus hijas, cómo se enamoró en la cárcel, su abuela, sus deseos. Poco a poco, su relato va adquiriendo profundidad, hasta que confiesa su caso: está privada de su libertad por haber cometido filicidio. Habla de su deseo de reducir su condena, de criar a sus hijas, de rehacer su vida. La propuesta, entonces, es abordar la complejidad de las relaciones humanas, y cuestionar los estigmas alrededor de la figura del “criminal”, donde muchas veces se asume que quien comete un delito necesariamente proviene de una infancia rota, de una crianza violenta o de experiencias traumáticas.
Piensa en Rosa se construye desde una mirada feminista, para visibilizar cómo las mujeres vivimos bajo una presión social constante: se espera de nosotras que seamos madres, esposas, cuidadoras. La responsabilidad de la crianza suele recaer exclusivamente en nosotras, y eso también tiene consecuencias.
Julia, el personaje principal, es una mujer compleja. Habla de cómo fue obligada a maternar un hijo que no deseaba, en un momento en que no estaba preparada. En una crisis, intenta callar el llanto de su bebé y lo asfixia. Algo que se le fue de las manos, pero que, innegablemente, sucedió. La obra no intenta justificar, sino mostrar la profundidad de lo humano. De lo real.
Hablar de un filicidio en escena no es una decisión ligera. Nos enfrentamos al desafío ético de representar una de las violencias más estigmatizadas sin caer en la revictimización ni en la demonización. En Piensa en Rosa buscamos justamente complejizar la mirada sobre la figura de la madre criminalizada. No justificamos la violencia, pero sí exigimos que sea entendida en su complejidad, desde un enfoque feminista, sensible y socialmente informado.
Piensa en Rosa se inserta en la línea de teatro de investigación social que buscamos desarrollar en Amphibia. Nuestro objetivo es crear teatro con compromiso, que politice, divulgue y socialice problemáticas sociales, principalmente vinculadas a problemas que enfrentamos las mujeres. A veces, como artistas, queremos hablar desde nuestras propias experiencias o referentes, pero es fundamental cuestionar nuestras ideas y reconocer que solo representan una pequeña parte del fenómeno social. Por eso, la investigación social es una herramienta clave.
No hay una forma de hacer teatro sin hablar ni abrir algo de nosotras mismas. Sin embargo, mostrar temas sensibles implica una gran responsabilidad con los demás. El espectador puede ser una persona experta o alguien directamente atravesado por lo que se muestra en escena. Por eso, investigar, escuchar y contrastar información no es un lujo: es un deber. Debemos cuestionar nuestras propias creencias y buscar métodos que nos permitan acercarnos de manera ética a las realidades que queremos retratar.
Por otro lado, es importante preguntarse: ¿qué queremos decir y para qué? En el caso de Piensa en Rosa, partimos desde una postura que busca evidenciar cómo las políticas antiderechos, pueden tener consecuencias concretas y devastadoras en la vida de muchas mujeres. Llevamos esta reflexión al límite, a las últimas consecuencias. La maternidad impuesta, el aislamiento, la falta de redes de apoyo, el estrés crónico, las maternidades no deseadas, no son fenómenos aislados ni excepcionales; son experiencias comunes en mujeres que muchas veces son tratados como "temas tabú"
El gran reto ha sido: ¿cómo generar narrativas sobre temas tan sensibles con responsabilidad social? ¿Cómo brindar algo a cambio a la comunidad que nos permite conocer su realidad? Para esto, hicimos una segunda versión de la obra y en su lugar, entregamos un mensaje dedicado especialmente a la población penitenciaria. Hablamos de la reinserción social, de las oportunidades, de la esperanza, con el propósito de no revictimizarlas. La primera vez que presentamos la obra en Ixmiquilpan, teníamos miedo: ¿cómo recibirían la obra?, ¿qué podríamos contarles nosotras a ellas sobre su propia realidad? Sin embargo, nos sorprendió profundamente su respuesta. Julia les habla desde experiencias que les resultan cercanas. Se ríen, se conmueven, se reconocen. En esta versión omitimos la escena del crimen para no revictimizar, y abrimos espacio a una narrativa de esperanza, centrada en la reinserción social y en los lazos que aún se pueden tejer desde dentro.
Piensa en Rosa es una búsqueda. No pretende hablar por las mujeres privadas de su libertad, sino pensar con ellas. Nos recuerda que no todas las maternidades son iguales, que el castigo moral que habita en nosotras es también una forma de violencia estructural, y que el arte puede ser un canal para abrir conversaciones que no caben en los poderes judiciales ni en los noticieros.
En este sentido, consideramos que en el teatro tanto textos como presentaciones no son totalmente estáticos. Son más bien procesos no lineales que van cambiando y se van transformando. Implican una serie de decisiones que tienen como eje principal la escucha latente con los públicos, porque no hay un público que sea general. Porque así como se piensa en ¿Qué quiero decir y para qué?, se debe pensar en ¿a quién le estoy hablando?, o ¿a quién le quiero decir qué cosa? ¿Para qué hacemos teatro? ¿Para entretener, para denunciar, para sanar? Tal vez no haya una sola respuesta. Pero si al final de una función alguien —adentro o afuera— puede cuestionar sus propias creencias, si una historia nos hace ver con otro lente algún fenómeno social, entonces el teatro ya cumplió su cometido.
Hasta ahora, Piensa en Rosa se ha presentado en los centros de reinserción social de Ixmiquilpan, Hidalgo. y de Tepepan en Ciudad de México así como en distintos recintos: El teatro Luisa Josefina Hernández del Centro Cultural del Bosque, en el marco del XXXVII Encuentro Nacional de los Amantes del Teatro en la Ciudad de México, En el Centro Cultural el Hormiguero, también en la CDMX, durante las jornadas culturales del programa de apoyos solidarios para la movilidad artística 2024 en el Centro Cultural de Tepeji del Río, y en Pachuca en el día mundial del teatro en el Centro Cultural del Ferrocarril, así como en su estreno en Pi Teatro, y finalmente en el Centro Municipal de las Artes de Mineral de la Reforma.
Dalia López Cortés